Recuerdo que la primera vez que oí hablar de ellos fue hace unos años. La voz de Matías Prats hablaba sobre verduras y música en Madrid, así que decidí apartar la vista de mi –no recuerdo exactamente lo que era pero seguro que estaba muy bueno porque lo había preparado mi madre y ya sabéis las mamis qué bien cocinan (y la mía más)- plato para ver cómo unos sujetos vestidos de negro hacían saltar los productos de la huerta de un lado a otro en un ambiente distendido.
Esto fue lo que me vino a la cabeza cuando leí que actuarían en Pau, pensé que no estaría mal ver algo nuevo y hasta allí que se movieron mis pies.
Abténganse los malpensados, eso es un instrumento de música y sólo eso. Espero. Y muy curioso, tenía agua dentro y al soplar producía un gorgorito inquietantemente rítmico.
Increíble pero cierto: habían tallado las verduras para hacer instrumentos de viento y cuerda. Pensaréis que me sorprendo con cualquier cosa, pero es que tenía entendido que hacían percusión, sólo percusión. Y me tendríais que haber visto cuando vi la flauta-zanahoria, pero si había algo impresionante, eran el puerro-violín y la trompepimiento ¡¡una trompeta hecha con pimiento!! (yeah).
Ésta no es la trompepimiento. La trompepimiento tenía clase.
La música que presentaban era en principio con un toque un tanto étnico, pero según iba avanzando el concierto te iban sorprendiendo con electro al más puro estilo Kraftwerk o con Death Metal del BESTIA. Les faltaba vocalista, pero hacía que te doliera la cabeza casi lo mismo (es decir, Death Metal del malo, porque si fuera bueno no jode tanto). En esencia, agresividad al máximo. Para reproducir este sonido empezaron a destrozar a golpes y arañazos (rítmicamente, eso sí) a unas pobres coles.
Iban arrojando garbanzos y alubias sobre una plancha metálica para conseguir más sonidos.
Hay que decir que, menos el electro, el resto de estilos eran algo siniestros, casi como la banda sonora de una peli de terror (una de las melodías se llamaba “Masacre de hortalizas” y, creedme, causaba cierta inquietud).
El final fue lo más abstracto. No recuerdo cómo se llamaba la canción, pero repartieron chubasqueros para la primera fila. Cada intérprete delante de un micro, de pie. En la mano derecha un tomate. En la izquierda, otro tomate. Y empezaron a hacerlos chocar… Al principio había algo de ritmo, luego se sucedió el simple placer de la destrucción y el regocijo de ver como la pulpa de los tomates saltaba en todas direcciones a chorreones. Matanza de tomates. Es inevitable pensar que entre aquellos músicos hay algunos miembros que de pequeños odiaban comer verduras. Y así es cómo del amor y el odio sale la inspiración creativa.
Os dejo con un par de vídeos. Como de costumbre, la calidad es horrible, os aconsejo que no los veáis, si no que los escuchéis (aunque el sonido deja algo que desear también).
PD: Al final del concierto reparten sopa, pero no esperéis (si vais a verlos alguna vez) que os sirva de cena, era una tapilla ridícula que recordaba más al racionamiento de un campo de concentración que a una invitación postconcierto, pero bueno, no estaba mala. Lo que cuenta es el detalle.